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Error - Verdad

Error - Verdad

ERROR

(del latín error, acción de ir de acá para allá, de errare, ir a la aventura) En general, tomar como verdadero algo que no lo es. El error consiste en creer que se sabe algo que no se sabe o que no se sabe algo que sí se sabe. Tal confusión epistemológica no puede ser sino inconsciente, puesto que el entendimiento no se adhiere a lo falso más que si lo confunde con lo verdadero y viceversa. No es una propiedad de los enunciados, como la verdad o la falsedad, sino de nuestras creencias o del hecho de juzgar. No hay que confundir error con ignorancia, porque ésta es simplemente carencia de saber, mientras que, cuando erramos, creemos saber. Por eso, el error supone de algún modo certeza. Erramos, por tanto, desde la ignorancia o la ausencia de conocimiento, aunque también desde la duda, la certeza y la opinión, pero no desde el saber o conocimiento. La imposibilidad de errar es la inerrancia. Falibilismo, en cambio, es afirmar que no estamos exentos de error en ninguna área de conocimiento.



HIST. Puesto que es el contraluz del saber o de la ciencia, los diversos sistemas filosóficos que se han ocupado de la posibilidad del error lo hacen desde la misma perspectiva, aunque en sentido contrario, de la teoría de la verdad. En las teorías epistemológicas clásicas, el buen uso de las fuentes de conocimiento (fundamentalmente la experiencia y la razón) y del criterio de verdad (normalmente la evidencia) garantiza el acceso creciente a una verdad absoluta cada vez mejor conocida por el hombre. El error proviene del fallo en cualquiera de los elementos del proceso, que no sea el entendimiento: en forma de engaño de los sentidos, de dominio de la libertad, de la voluntad que (movida por el deseo, el ansia o la precipitación) mueve al entendimiento a una decisión prematura, de la confusión en el juicio al afirmar, por ignorancia, de un sujeto un predicado que no le conviene.

Así, por ejemplo, para Descartes, el error nace en principio de la finitud humana -«soy como un término medio entre Dios y la nada»-, y se explica por la propia constitución humana. El hombre, como entendimiento que es, que sólo se determina por la claridad y la distinción de las ideas -su criterio de verdad-, no puede errar, pero como voluntad libre que es, carece de determinaciones y puede decidirse, por precipitación, a aceptar como verdaderas cosas que no entiende suficientemente. La precipitación y desatino de la voluntad, la falta de la debida consideración o atención del asunto, es el origen del error; la filosofía posterior dará otros nombres a esta precipitación de la voluntad: prejuicio, ideología, influjo social, etc.


Kant, por un lado, afirma en una línea parecida que si no tuviéramos más fuente de conocimiento que la razón nunca cometeríamos errores; proceden éstos, por consiguiente, de la sensibilidad, del influjo de ésta sobre el entendimiento. Pero, por otro lado, su sistema filosófico marca una ruptura en la tradición de entender el error como un mal uso de la capacidad cognoscitiva. El hombre no sólo no puede lograr saber qué son las cosas en sí mismas, porque no puede acceder al conocimiento del noúmenon sino que, además, él mismo interviene en el establecimiento de las condiciones de posibilidad de aquello que conoce. Desaparece, así, la perspectiva de entender el problema de la verdad y el error como un fenómeno de acceso a una verdad absoluta que llega infaliblemente de fuera al hombre, siempre y cuando éste se disponga adecuadamente a ello, y aparece la de que, en la constitución de la verdad, interviene el hombre. Por parecidas razones, en las teorías epistemológicas actuales, necesariamente relacionadas, además, con la filosofía de la ciencia, el conocimiento (sobre todo el científico) no se considera vinculado a la inerrancia, sino sobre todo a las razones o a la justificación de lo que la comunidad científica considera conocimiento verdadero: toda verdad científica es relativa y provisional, de modo que lo que es cierto o erróneo en una época puede pasar a ser, respectivamente, erróneo o cierto en otra. En filosofía de la ciencia, más que el concepto de verdad interesa el de contrastación de las hipótesis y teorías. Esto no invalida el concepto epistemológico tradicional de verdad, sino que pone de relieve que la «verdad científica» no puede definirse según el modelo tradicional de conocimiento verdadero. Por esta misma razón, el sentido del error en el ámbito del conocimiento también es otro. Al ser connatural a todo conocimiento científico, la ciencia no se orienta propiamente a la búsqueda de la certeza, sino sólo a la eliminación de errores. Su meta no es el logro de una verdad absoluta, sino la propuesta de conjeturas cada vez más audaces que se vuelven tanto más verosímiles cuanto más contrastadas están; aún más, la única manera, dice Popper, de contactar con la realidad es descubriendo el error de nuestras conjeturas. La cuestión de fondo no es ¿de dónde proviene el error?, sino ¿cómo descubrimos el error en nuestras creencias?

VERDAD


(del latín veritas, que traduce el griego G8Z2,4", alétheia, compuesto de negación y la raíz del verbo lanthano, estar oculto; por tanto «lo que está patente») Es la conformidad entre lo que se dice, piensa o cree y la realidad, lo que es o lo que sucede. Así se ha entendido tradicionalmente la verdad interpretada como correspondencia, o coincidencia, entre la mente y la realidad o los enunciados y los hechos. En sentido estricto es la correspondencia de una proposición o enunciado con los hechos. Por ello decimos que un enunciado es verdadero si describe los hechos como son y que es falso si no los describe como son. En consecuencia, la verdad es, ante todo, una propiedad del discurso declarativo; lo verdadero o lo falso pertenece a los enunciados o proposiciones y no a los hechos. Es, pues, un concepto puramente epistemológico. Así lo ha entendido fundamentalmente la tradición, desde Aristóteles, para quien la verdad consiste en afirmar lo que es y en negar lo que no es, y la Escolástica medieval, que la define como la «adecuación entre el entendimiento y las cosas» (Tomás de Aquino), hasta los lógicos modernos, entre ellos Tarski, que ha aceptado este concepto de verdad como correspondencia y lo ha liberado de todas las connotaciones metafísicas, construyendo la denominada teoría semántica de la verdad.

Sin embargo, no todos los enunciados verdaderos lo son por su correspondencia con los hechos. «Mañana lloverá o no lloverá» nada tiene que ver con la realidad y, sin embargo, es un enunciado verdadero: es una verdad lógica. Esto último hace plausible la denominada teoría de la coherencia de la verdad. La teoría de la adecuación o correspondencia debe complementarse con la de la coherencia, y aún con la teoría pragmática de la verdad.

HIST. No siempre se ha dado al concepto de verdad esta consideración simplemente epistemológica Las distintas acepciones de verdad a lo largo de la tradición filosófica occidental se deben a influencias de la tradición bíblica y de la primera filosofía griega. En los comienzos de esta última, aparece ya en el poema de Parménides, la noción de verdad (alétheia) opuesta a la de simple opinión (doxa), como ligada a la del ser (on) y a la del decir (logos), de modo que el pensar y el ser han de ser lo mismo. La idea de verdad como relación simétrica de coincidencia se presenta por vez primera explícitamente en Platón, aunque este autor no desarrolla ninguna teoría específica al respecto. Según Platón, el discurso (logos) que manifiesta la realidad es verdadero. Aristóteles interpreta esta relación como el juicio que une o separa lo que en la realidad está unido o separado, es decir, el juicio que expresa la realidad tal como es ; son los comienzos de la llamada teoría de la coincidencia o correspondencia. En el Nuevo Testamento la verdad se refiere ante todo a la «fiabilidad» o fidelidad de Dios, a la palabra de Dios, al Evangelio y, sobre todo, a Jesucristo en quien se sustantiva: Dios o Jesucristo son «la Verdad». El neoplatonismo unirá los dos caminos: el griego y el bíblico, de modo que, para Agustín de Hipona, la verdad es tanto el nous (la inteligencia) neoplatónico como el logos (la Palabra) del Nuevo Testamento. Con ello la verdad adquiere un rango ontológico: es algo que la mente descubre; existen la Verdad (Dios), las verdades eternas (las ideas de la mente divina) y la verdad que el alma conoce, adentrándose en sí misma, por cierta iluminación interior (ver texto ). La Edad Media hace de la verdad uno de los trascendentales del ser, una de las propiedades que todo ente tiene: lo que es, por el mero hecho de ser, es verdadero, esto es, inteligible, siendo Dios la razón última de la verdad o inteligibilidad de todo ente. Con Guillermo de Occam y el nominalismo de la crisis de la Escolástica, los trascendentales medievales se convierten en meros nombres o conceptos, con lo que empieza a hablarse simplemente de la verdad epistemológica y de la verdad lógica.

Con la filosofía moderna, la verdad pierde su status ontológico y pasa a ser definitivamente una cuestión epistemológica: en Descartes, la verdad se convierte en el problema de la certeza, o de la evidencia, si bien Dios continúa siendo todavía el garante de este criterio de certeza, de la misma forma que Leibniz habla aún del entendimiento divino como fuente de las verdades eternas. En cambio, para otros empiristas y racionalistas, como Hobbes, Spinoza y Locke, la verdad es sólo propiedad del enunciado. En Kant, la verdad es «trascendental» en un nuevo sentido, esto es, se refiere a las condiciones a priori, existentes en el sujeto humano, que hacen posible la concordancia del entendimiento con su objeto. Debido a la revolución copernicana de los planteamientos kantianos, la verdad es la conformidad de la experiencia con los conceptos puros del entendimiento o categorías (ver texto ). El concepto kantiano de verdad es interpretado dialécticamente en el idealismo alemán como relación de identidad del sujeto, el entendimiento, con el objeto, la idea. Hegel hace del «todo», de la idea, sujeto y objeto a la vez, el portador histórico de la verdad. La «izquierda» hegeliana, por obra de Feuerbach y Marx, sobre todo, invierte el idealismo hegeliano, de modo que la verdad es la «existencia», o el «hombre», y así deja de ser una cuestión de la teoría para serlo de la praxis. El carácter histórico de la verdad es puesto de relieve principalmente por el existencialismo de Heidegger, quien también da a la verdad una condición ontológica, al considerarla propiedad del ser y no de la mente, y por la denominada filosofía hermenéutica; que la verdad tenga una interpretación histórica lleva a la cuestión no sólo del carácter relativo de lo verdadero, y por tanto a la definición de qué es verdad, qué significa que un enunciado sea verdadero, sino también a la cuestión del criterio de verdad: cómo sabemos que un enunciado es verdadero. El neopositivismo sustituye la cuestión de la verdad por la del sentido y la verificación de un enunciado; la verdad o el sentido de un enunciado consisten en su verificabilidad. Karl R. Popper, que hablando de las teorías científicas prefiere referirse al concepto de «verosimilitud», o proximidad a la verdad, más que al de «verdad», acepta la noción tradicional de verdad como correspondencia, sobre todo en la versión que de ella da la teoría semántica de la verdad, de Tarski.

En la actualidad, las principales explicaciones sobre el sentido de la verdad se deben a la teoría de la correspondencia, o teoría semántica de la verdad, la teoría de la coherencia y la teoría pragmática de la verdad. En todas ellas se mantiene la idea básica de que la verdad consiste en una relación, difiriendo sólo en la determinación de los términos de dicha relación: relación de una proposición con los hechos; relación de una proposición con un conjunto establecido de proposiciones y relación de una proposición con la práctica, la acción o la utilidad.


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