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El Nacional - Domingo 20 de Agosto de 2006 A/9 - Tomas Eloy Martínez - ©The New York Times 2006

El Nacional - Domingo 20 de Agosto de 2006 A/9 - Tomas Eloy Martínez - ©The New York Times 2006

Opinión
El dilema de España


Ningún país europeo se ha transformado tanto como España en los últimos 30
años. Antes de que muriera Franco en 1975, era una tierra de migraciones y
desencantos, que rumiaba su propio pasado, de espaldas a la historia. En
1966, tres décadas después de la Guerra Civil, un rosario de casas
abandonadas yacía en las orillas de los pueblos andaluces y extremeños: los
jóvenes se marchaban hacia Suiza y Alemania Federal y ya no regresaban.
España se tornaba cada vez más pastoril, menos europea, y el aislamiento
parecía ser su único lenguaje.

En aquellos tiempos de Franco, los latinoamericanos conocían hasta la última
brizna del aire que respiraban los españoles: el nombre de sus toreros, las
canciones de Raimón y Joan Manuel Serrat (que también al otro lado del
Atlántico se entonaban en voz baja, sacramentalmente), las marcas de sus
automóviles y hasta las consignas contra el Caudillo que solían pintarse
cerca de la estación de Atocha, en Madrid. América Latina padecía con
España, sentía en carne viva su desventura.

La historia se ha dado vuelta con una velocidad tan vigorosa que ni siquiera
hay tiempo para mirarla. España es ahora, siete décadas después de la guerra
que costó un millón de muertes, uno de los países más prósperos de Europa.
La fiebre del consumo se ha desatado con ímpetu aun en las zonas rurales.
Los jóvenes son cosmopolitas, seguros de sí, y están inflamados de
proyectos. Hasta el paisaje no es el mismo. A la vera de las autovías han
brotado fábricas y silos, tractores y canales. Los españoles han abrazado
con tal convicción su destino europeo que hasta en las naves de las
catedrales centenarias el aire huele a Europa.

América Latina también se ha transformado, pero al revés. Ha costado mucho
borrar la huella de las dictaduras militares, y el populismo democrático que
rige a algunos países sigue erosionando las bases de las instituciones
republicanas y sembrando la discordia entre países fraternales.

Con los ojos vueltos hacia sus propias intimidades yertas, a la caza
cotidiana de un dinero que cada día vale menos, muchos latinoamericanos
sueñan con marcharse. ¿Pero adónde? España y Estados Unidos les cierran las
puertas; Europa les está vedada. Un poeta joven ha expresado ese sueño común
repitiendo una línea de Baudelaire: "Puedo ir a cualquier parte/ pero no en
este mundo".

Por la memoria aún viva de su propio pasado, España estaba en mejores
condiciones que ningún otro país de comprender la magnitud del drama
latinoamericano. Y sin embargo, ¿qué podía hacer? Desgarrada durante siglos
entre un destino europeo y un destino universal, no podía darse el lujo de
elegir los dos a la vez.

En tiempos de Franco, la unión con la América hispana era un hecho casi
forzado por el poder. Uno de los objetivos de ese poder era la hegemonía de
la lengua castellana y el eclipse de los demás idiomas nacionales: el
catalán, el vasco y el gallego. La democracia trajo, junto con las otras
libertades, la libertad de la lengua. La cultura española se volvió plural
ahora y América Latina fue tan sólo uno de sus brazos.

Ambas orillas del Atlántico empezaron a desconocerse. La América hispana
dejó de inquietarse por las respiraciones de la cultura española, a la vez
que los españoles detenían su conocimiento de América. Los creadores que
surgieron después de 1975 en uno de los dos lados ya casi no fueron
absorbidos por el otro.

En América hispana, el tránsito de ideas y de imaginaciones se volvió ahora
hacia el norte: los jóvenes de Argentina, Colombia, Chile o Perú, que se
habían mostrado impermeables durante más de un siglo a la cultura
norteamericana, ahora se dejaban penetrar por ella.

Mientras desaprendían a la España de siempre, aprendían en cambio el
estereotipo de España que se fabrica en los media de los Estados Unidos: el
flamenco, el sombrero sevillano, el Quijote en la versión de Andy Warhol.

Para los hispanoamericanos, como para los americanos del norte, España
comenzaba a ser un país indiscernible, una cruza de la catedral de Lima con
las mesetas de Guatemala. Y viceversa: más de un español extraviado en
alguna calle de Manhattan sintió su europeísmo herido cuando, al oírlo
hablar, le preguntaban: "¿Es usted latino?", lo cual podría significar "¿Es
usted ecuatoriano, puertorriqueño, nicaraguense?

Poco a poco, España fue acercándose a sus hijos transatlánticos a través de
inversiones, empresas culturales y la reconstrucción de joyas de la
arquitectura colonial. Las editoriales españolas se volvieron hegemónicas,
pero la literatura española sigue siendo incomprendida y poco leída en
México y más al sur.

Sin embargo, los progresos veloces pueden convertirse en retrocesos
acelerados. El perfil europeo de España podría empezar a desdibujarse cuando
los subsidios de la Unión continental a la que pertenece decrezcan, y el
país deba aceptar su papel de contribuyente neto, como lo son ahora Alemania
y Francia. Por ahora, su nivel de innovación es muy bajo: se sitúa en el
lugar 16 entre los 25 países de la Comunidad Europea, a partir de una
estimación que toma en cuenta el porcentaje de universitarios, la inversión
en ciencia, el gasto en tecnologías de la información o el número de
patentes.

Aunque ese día tarde otra década, España tendrá que volver los ojos hacia
América Latina, donde a partir de 1492 erigió no sólo un imperio sino
también una civilización. Los hijos pródigos de esos países han emergido de
las dictaduras y han empezado a construir democracias estables y cada vez
más prósperas, con índices de crecimiento sostenido que no decaerán, al
parecer, durante los próximos cinco años.

A la vez, han ido aprendiendo a valerse por sí mismos. Europa ha colmado a
España de dinero, pero sus antiguas colonias de ultramar no han cesado de
alimentarla de talentos. El país ha elegido una identidad europea, pero sólo
podrá sostener esa identidad mientras mantenga los lazos, ahora frágiles,
con América Latina.

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