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amistad_sin_horizonte

La democracia

La democracia

Hace muchos años se desató en Bagdad una epidemia de peste.

La Muerte, a la que hay que imaginarse antigua, amenazadora y familiar,
vestida de hopalanda negra y armada de guadaña, iba de casa en casa
golpeando las puertas con sus nudillos descarnados al tiempo que anunciaba
su presencia con un siniestro vozarrón:
"No hay más muerte que la Muerte y la Peste es su profeta". Y uno a uno
muchos bagdadíes habían perdido ya la vida.

Un día la Muerte acudió a casa de Redwan, un niño de doce años que se
disponía a salir a la calle para ensillar con sus amigos un
caballo blanco.
"No hay más muerte que la Muerte y la peste es su profeta", gritó la muerte
y citó a Redwan esa tarde a las cinco en el mercado de Al-Karrada.
Redwan, que había leído la vieja historia del soldado en Samarkanda, aceptó
que no había escapatoria, corrió a despedirse de sus camaradas, se comió una
rodaja de sandía y se encaminó valeroso a su cita.

Pero Redwan nunca llegó al mercado.

"No hay más muerte que la Muerte y la Peste es su profeta", voceaba por su
parte la Muerte mientras avanzaba puntualísima, minutos antes
de las cinco, hacia Al-Karrada. Pero hete aquí que de pronto un alboroto de
albórbolas y llantos la detuvo al borde de una plaza.

La Muerte sintió sorpresa y después cólera: una multitud estaba enterrando a
cien bagdadíes -o 1000 o 10000, era difícil contarlos- que no había matado
ella.

¿Quién se le había adelantado? ¿Quién había matado ese racimo de gente
revolcada y ensangrentada?

Era la Democracia, que había llegado a la ciudad.

Sobre sus tanques de siete leguas, con su coro de aviones y misiles, alzada
gloriosamente sobre un escaño de cráneos, anunciaba con altavoces la nueva
ley de la nación: "hay más muertes que la Muerte y la Democracia es la más
fuerte".

Entre los muertos de la plaza, claro, se encontraba Redwan, que había creído
ingenuamente en la verdad de los cuentos.

A partir de ese momento la Muerte llegó tarde a todas sus citas. "No hay más
muerte que la Muerte y la Peste es su profeta", pero siempre
se le había adelantado ya la Democracia.

La vieja Muerte de hopalanda negra y armada de guadaña, la vieja Muerte de
toda la vida que negociaba uno a uno los destinos individuales, la vieja
muerte que imitaba trágicamente los usos de los enamorados, acabó medio
loca, cojeando por las calles de Al-Karrada y Al-Muntasiriya, perseguida por
un revuelo de niños y un trompeteo de marines.

Y desde entonces nunca nadie volvió a morir en Bagdad de muerte natural.


Por eso -escribía yo hace poco- las madres de Bagdad, de Ramada, de Al-Qaim,
de Faluya, cuando sus hijos no quieren comerse la sopa, les amenazan: "Come,
niño, come, que viene la Democracia". Y cuando no quieren irse a la cama,
las madres de Bagdad, de Ramada, de Al-Qaim, de Faluya, les dicen: "Duerme,
niño, duerme, que la Democracia está en el portal". Y cuando no quieren
hacer los deberes, las madres de Bagdad, de Ramada, de Al-Qaim, de Faluya,
les advierten: "Estudia, niño, estudia, que la Democracia ha derribado la
puerta".

Al final del cuento, todos los días, las madres de Bagdad, de Ramada, de Al-
Qaim, de Faluya, les dicen a sus hijos con una brecha en la
voz: "Cava, niño, cava, que la Democracia acaba de degollar a tu padre en el
salón".

Esto no es un cuento. En los cuentos, un niño del tamaño de un lapicero
derrota a dos gigantes: en Iraq los niños se desangran, con un tiro en el
pecho, en las aceras.
En los cuentos, un campesino valiente devuelve la risa a una princesa: en
Iraq, los campesinos valientes son fusilados o acuchillados entre las
espigas.
En los cuentos, una doncella pobre conquista el amor de un rey: en Iraq las
doncellas pobres son violadas por los soldados del emperador.
En los cuentos, la justicia acaba construyendo una ciudad: en Iraq, la
injusticia mejor armada de la historia bombardea todos los días quince
ciudades con sus habitantes dentro. Todo esto está ocurriendo mientras lo
escribo y está ocurriendo mientras ustedes lo leen.
Todo esto está ocurriendo, aunque leerlo lo vuelva, de algún modo,
inverosímil o increíble.
Todo esto nos está ocurriendo a nosotros, aunque saberlo nos haga sentir
paradójicamente protegidos.
El que quiera sentirse indefenso, vulnerable, en peligro, el que quiera ser
sujeto de una experiencia real, y no poder descansar ya nunca más,
el que quiera dejar a un lado la cómoda media distancia de la compasión y
dejarse palpar por la proximidad absoluta del horror, el que quiera sentirse
concernido y a veces avergonzado e incluso acusado, tendrá que recurrir a
las Crónicas de Iraq (Ediciones de Oriente y del Mediterráneo, 2006) de Imán
Ahmed Jamás, la extraordinaria mujer gracias a la cual hacemos propio el
dolor de un país en el que -no se me ocurre imagen más terrible- las madres
han dejado de llorar y los padres han comenzado a hacerlo.
El que prefiera sentirse fuerte, seguro, inocente, relajado, hermoso, bueno,
elegante, basta con que se siente a contemplar alegremente la
matanza. Imán Jamás lleva la cuenta y nos revela que, en la batalla entre la
Democracia y la Muerte, la Democracia ha matado mucha más
gente.
"Mamá, mamá", dice el niño, "de mayor quiero tener treinta años". "Mamá,
mamá", dice el niño, "si he de morir antes, por lo menos que me lleve la
Peste".
Malos tiempos éstos en que la mayor parte del plantea siente nostalgia no
sólo de una pared, de un fuego, de un zapato y de una sopa caliente; malos
tiempos éstos en que la mayor parte del planeta siente nostalgia incluso de
la Señora Muerte.


La muerte en Bagdad o de cómo la democracia dejó sin trabajo a la peste

Graciela E. Prepelitchi
(11) 15 5159 4937
"La conciencia es como una abeja; usala bien y te dara miel; usala mal y te
clavara un aguijon." Thomas Watson

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